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Bahía de Ítaca

el aguacero /Antonio Regalado

   Dos personas fallecidas en Zaragoza y Tarragona a causa de las intensas lluvias. Miles de hectáreas anegadas. Cosechas perdidas. Centenares de agricultores y ganaderos clamando ayudas para recomponer sus vidas y haciendas. Decenas de pueblos inundados en Navarra, Aragón y Cataluña. Protestas de los presidentes de Valencia y Murcia exigiendo al Ejecutivo igualdad y solidaridad.  Y a la ministra Narbona  tan sólo se le ocurre decir que el agua no se pierde al mar si no que sirve para recuperar los acuíferos.       Los efectos colaterales de la derogación del PHN los estamos pagando ya. Primero, se perdieron las subvenciones de Bruselas –dl orden de 700 millones de euros- al aplazarse las infraestructuras previstas; segundo,  se aprobó el Estatuto de Cataluña que deja en sus manos la posibilidad (imposibilidad) de los trasvases; tercero, se abrió una guerra del agua entre socialistas y populares frente a populares y socialistas de Aragón, Castilla-La Mancha y los de la vertiente mediterránea  y, por último, se creó una falsa expectativa con las desaladoras  cuyo plan cuatrianual no podrá cumplirse ni en cuarenta años.   Las posiciones se han radicalizado con las reformas de los Estatutos de Autonomía donde el agua es protagonista principal y se agudizará  en las precampañas electorales a los comicios del 27 de mayo. Se han blindado los ríos y el egoísmo, no la esperanza. El PP acusa al PSOE de las inundaciones. Aseguran que  con el agua derramada podría haberse saciado la sed de las gentes y los campos de Levante para tres años. Quizás resulte exagerado. Pero  como metáfora no está mal. La realidad es que tres años después de haber tomado esas decisiones tan arriesgadas la situación hídrica no ha mejorado. Hablamos de igualdad.       El padre Ebro –que da nombre a Iberia- ha desbordado, además,  ambiciones y demagogias mientras millones de litros se han volcado para siempre en el Mediterráneo. Una desmesura de despropósitos.       El sentido común nos dice  que no es lógico –ni justo- que  el agua, que es vida,  no se pueda aprovechar hasta la última gota. ¿Qué lógica puede existir en que luego haya que recoger esa agua dulce  -salada al contacto con las olas-  y tratarla hasta hacerla potable? Lo más sensato seria embalsarla y embridar los excedentes  por el Vinalopó hasta el Júcar y el  Segura. La conservación y el sostenimiento  del delta en Tarragona, es perfectamente compatible con un trasvase racional hacia el sur. Y a eso se le llama solidaridad. El trasvase del Ebro necesita un debate abierto de expertos y afectados. Castilla-La Mancha se vería muy aliviada por la presión de nuestros vecinos del este.    Cierto que en España llueve de forma desigual pero la pluviometría no es insuficiente. Falta voluntad política para consensuar que el agua es de todos los españoles. También de murcianos, valencianos y almerienses. La experiencia nos enseña que ya nunca lloverá a gusto de todos. Sorprende que ningún grupo político haya modificado tras las inundaciones su posición dogmática en esta meteria.    Para que no reventara la presa de Mequinenza (Zaragoza) dejaba escapar millones de litros, tantos que los dos pantanos río debajo de Riva-roja y Flix (Tarragona) desaguaban 1800 metros cúbicos por segundo. Nuestro Nilo hispano derrochando vida por su aorta clara e insípida. El alcalde tarraconense de Miravet, la ciudad que tradicionalmente  más sufre las riadas criticaba a las compañías eléctricas por haber tardado demasiados días sin abrir compuertas. Debería hacernos reflexionar que el presidente del Gobierno no pueda entrar en Lorca por culpa de su política hidráulica. Seguimos peor que en tiempos de los romanos y de los árabes porque hoy no es políticamente correcto construir embalses. Y ahí estamos, siempre a merced de los aguaceros. Y de las nieves.     Ya que el acercamiento en temas antiterrorismo es de momento imposible ¿para cuando dos pactos esenciales y de sentido común entre el PSOE y el PP, uno por el agua y otro por la energía?

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