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Bahía de Ítaca

El amor no pasa nunca / Antonio Regalado (ver) www.bahiadeitaca.blogia.com

                   
"Quien se olvida de lo bien que lo ha pasado se ha hecho viejo ese mismo día". Recupero esta sentencia de mi admirado Epicuro (Samos, 341 a. C.,- Atenas, 270 a.C.) para rejuvenecer y ganarle un pulso al tiempo perdido. Este no es un martes  cualquiera sino el día de San Valentín, patrono de los enamorados.  Fue Valentín  obispo cristiano de Roma en tiempos de Claudio III.
Corría el año 270 de nuestra era. El imperio se desmoronaba y por decreto se prohibió el matrimonio al achacar  a los soldados casados sus continuas derrotas en el campo de batalla. Nuestro prelado incitó a los jóvenes enamorados a acudir a él en secreto para unirse en matrimonio. Y esa fue su perdición. Descubierto, Claudio lo hace detener, ordena que lo apaleen y que finalmente lo decapiten.
Durante su cautiverio dice la leyenda que se enamoró de Julia, hija de su carcelero a quien devolvió milagrosamente la vista. La víspera de su ejecución envió una nota a su amada en la que firmó. "De tu Valentín".  La tradición se encarga de engarzar los Lupercales paganos con Cupido, dios del amor… y de esta forma, llega hasta nosotros la costumbre de enviar postales con corazones… rotos, o al menos “partíos”.
El amor es el sentimiento más universal.  Y el más frágil. Es un misterio tan insondable como el de la vida. Se ama en todas partes y se ha amado en todas las épocas. "El amor no pasa nunca", escribia San Pablo a los corintos. Tenía razón. ¿Qué es la vida sino una persecución continua de la felicidad? ¿Qué somos sin amor? Menos que nada. El amor mueve el mundo.  
Nuestro estado de ánimo depende en cada instante del nivel de pasión al ser amado. Hay algo peor que estar enamorado: no estar enamorado. Recordamos siempre el primer amor y el primer beso, por eso: por ser los primeros. Irrepetibles. Y el último. Por amor -desgraciadamente- se muere y se mata. Pero, sobre todo, se vive… Amor es compartir. Ya descubrimos, veinte siglos atrás, que el primer mandamiento es el del amor y leímos en Corintos, 13,1 -12 que "aunque yo tuviera el don de la profecía, y el de la palabra, y todos los bienes… si no tengo amor, no soy nada". ¿Cuántas veces nos detenemos, un instante siquiera,  a meditar sobre el amor y la soledad? No demasiadas.
La Historia ha inmortalizado a Cleopatra, a  Julio Cesar y a Marco Antonio; William Shakespeare nos regaló el amor trágico de Romeo y Julieta; Zorrila reinventó un don Juan seductor e irreverente que se salva por el amor de la novicia doña Inés. El cine consagró  a Mata-Hari, Valentino y Marilyn como mitos eróticos.
Sin amor no se puede vivir, bien lo aprendemos cuando lo perdemos. tan imprescindible como el aire, tan fugaz como el viento, tan etéreo como los sueños. Aún nos preguntamos con el poeta. “Cuando el amor se acaba ¿sabes tú donde va?” Considerando que las personas no deberían sufrir en el corazón, hago mía la proclama de que toda persona tiene derecho a amar y a ser amada; a pisar las hojas secas en otoño, a ver el cielo limpio en invierno, a oler a primavera, y a sentir el verano en la piel.
¿Quién puede resistirse a la ternura de un beso, una caricia o a la mirada de unos ojos color miel? Alguien que me quiere -y a quien no conozco todavía- me recuerda las cinco reglas para ser feliz. Anoto: libera tu corazón de odio. Libera tu mente de preocupaciones. Vive humanamente. Da más. Espera menos. El amor, como todo lo hermoso de la vida, es gratis. Recuérdalo tú y recuérdalo a otros porque en el atardecer de la vida, como nos enseñó San Agustín,  nos examinarán del amor.

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