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Bahía de Ítaca

daños colaterales / antonio regalado


Los daños colaterales del 'caso Bono' se ensanchan. La expulsión del diputado Vicente Martínez Pujalte del pleno de la Cámara Baja, tras las advertencias rituales del presidente Manuel Marín, confirma que el encanallamiento de la política comienza siempre por arriba. La expulsión de su señoría es un caso sin precedentes en la historia del parlamentarismo español porque tras las amenazas de los "provocadores", -de eso sabe más que nadie ERC pero no se atrevería a hacerlo nunca), se impone siempre la cordura. Martínez Pujalte ya se exaltaba cuando su partido, el PP, estaba en el poder y ha liderado siempre las escaramuzas frente al PSOE y al Gobierno Zapatero. Hoy ha llegado, lamentablemente, a la cumbre. El motivo era gravísimo, sí, pero la justicia está detrás.

La puesta de largo de José Antonio Alonso, que se estrenaba en el hemiciclo como ministro de Defensa, para pedir un aumento de tropas en Afganistán, ha bastado para que el susodicho diputado popular le pidiera la dimisión por el 'caso Bono'. El ex ministro del Interior está en el punto de mira tras llevarse por delante al Delgado del Gobierno, Constantino Méndez. La exposición y los argumentos de los magistrados Hidalgo, Rebollo y Espejo-Saavedra son ejemplares. Aunque la sentencia de los tres policías por detención ilegal de dos militantes del PP, falsedad documental y coacciones está recurrida ante el Tribunal Supremo, el principal partido de la oposición ha 'mordido' presa y no la suelta. Paralelamente, nos llegaba la noticia de que los representantes populares se esposaron en la Asamblea de Madrid al grito de ¡Alonso, dimisión¡ materializando su protesta ante el portavoz socialista, Rafael Simancas.

Nunca habíamos visto una situación más bochornosa en el Congreso. Al presidente Marín le tembló luego el pulso para restablecer el orden. De ahí que Martínez Pujalte -un marrullero según la bancada socialista- alcanzara sus cinco minutos de gloria (eterna) cuando abandonaba su escaño entre los aplausos y pateos de su grupo, -adhesiones inquebrantables-, y entre gritos de "fascista", "dimisión" y "libertad", dirigidos contra el ministro Alonso que vio interrumpido su parlamento. Ahora, Eduardo Zaplana, en nombre de los populares, planteará la reprobación de Marín por la expulsión.

La 'venganza' de Bono -seguro que a su pesar- es evidente. Afirmó que le habían agredido en aquella manifestación de la ATV, se reafirmó ante el juez. Yo le creí entonces. Hoy pienso que sobreactuó. La justicia ha empurado a tres agentes que se extralimitaron en sus funciones -actuaron como comisarios políticos del castrismo- y ahora, la sentencia, deja claro en el itinerario de los hechos, que "ante el desplazamiento de la multitud, los tres escoltas de Rosa Diez y los tres del señor Bono formaran en torno a ambos una 'cápsula de seguridad', reforzada por, al menos, cinco policías de la Brigada Provincial de Información y otros tres de la Primera Unidad Intervención Policial, que, junto con miembros de la seguridad de la organización de la ATV protegieron a ambas autoridades, "sin que éstas sufrieran ninguna agresión física". Alguien (Bono sin ir más lejos) debería humildemente parar esta sangría política que ha salpicado a dos militantes populares, a tres agentes de la autoridad, a un diputado y terminará llevándose por delante la poca credibilidad que tiene la clase política española. De la catalana, salvo excepciones, no hablamos. ¡Menuda tropa y vaya carajal¡

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