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Bahía de Ítaca

morir en comunidad / antonio regalado

    Esto va a terminar como el rosario de la aurora. Si Dios no lo remedia la señorial Illescas, a mitad de camino entre Madrid y Toledo, está sumida en una espiral de crispación que bien pudiera terminar en tragicomedia. ¿Otra vez Fuentevejuna? Lástima que Pedro Almodóvar no haya filmado lo sucedido en las últimas semanas porque, sin duda, su película ‘Volver’ quedaría reducida a un sainete de los hermanos Quintero. Lo cierto es que un viaje culinario me llevó hasta la ciudad, sorprendiéndome los múltiples balcones adornados con un RIP.    

    ¡Qué pasa aquí?, -pregunté-. Y las versiones se dispararon. ¡Es la guerra¡ ¡Más madera¡  gritarían los hermanos Marx. Alguien se ofrece a facilitarme información caliente. Y así, me entero de que el último enterramiento –el de Carmen Navarro, 83 años- ha colmado el vaso de la convivencia. Descerrajaron las cadenas y el candado del antiguo  camposanto y, con la policía benevolente, irrumpieron  en el panteón familiar. Una illescana de toda la vida que asistió al sepelio, rememora que “hemos entrado en el cementerio y le hemos dado sepultura a Carmen, como Dios manda”. Y añade: “No he visto nunca en mi vida cantar una Salve a la Virgen de la Caridad, con tanto sentimiento y fervor, pensando en lo que decíamos, con el corazón –y yo diría más- con las entrañas”.      Ahora, la policía ha identificado a los doce alborotadores que asaltaron a patadas el recinto. El problema es, según los vecinos, que no hay decreto municipal de cierre del cementerio. El ambiente político se ha encanallado. En la diana del cabreo, el alcalde socialista José Manuel Tofiño. El malestar ciudadano proviene no tanto del cierre como del traslado de los restos, que a decir de algunos vecinos, se han realizado con menos garantías que los del “Yak-42”. Un escándalo. Me temo que el primer edil, a la sazón presidente de la Diputación Provincial de Toledo tiene un problema de comunicación. Y otro de estrategia. El Ayuntamiento se ha personado (con dolor) como parte en la tramitación judicial contra las personas implicadas en el incidente.   

     Los agentes que se inhibieron alegando que “eran vecinos del pueblo y no era cuestión de que haya más enfrentamientos ni más guerras” tenían que saber que nadie está por encima de la ley. Tofiño ha lamentado que  “algunos utilicen a los muertos para hacer política”. Ha gestionado mal los tiempos. No ha tenido en cuenta las 4000 firmas aconsejándole ‘parar’ las exhumaciones.  Muchos vecinos se sienten engañados y estafados.  Y los plenos se calientan. Falta cordura y humildad.

   Paradójicamente, en este país nuestro cada vez más agnóstico y descreído, la muerte representa el máximo respeto al que se va y la solidaridad temporal con los deudos. Ya no se llora como antes, es verdad, pero aquí nadie deja que entierren a sus muertos en soledad. El alcalde tiene buenos argumentos pero no puede luchar contra los ‘sentires’ vecinales de doña Carmen Navarro. Ella vivió y murió en comunidad, no en un tanatorio funcional y metropolitano. En nuestros pueblos, los muertos, todavía, son de todos. Por eso, en las lápidas no se leerán nunca epitafios como el Groucho: “perdonen, que no me levante”. Las creencias sobreviven a la política. Y las elecciones, señor alcalde, -recuérdelo  usted y recuérdelo a otros-  están ahí, en las antípodas del calendario.

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