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Bahía de Ítaca

después del último después / antonio regalado

   Primer presidente de la pre-autonomía; primer director general de Farmacia; primer reformador de la sanidad pública, primer defensor de Villalar como punto de encuentro y de partida para un horizonte compartido y el último comunero. Su nombre, Juan Manuel Reol Tejada. Boticario,  creyente, burgalés y liberal.  Casado, cinco hijos, humanista, -he arrancado el título en uno de sus poemas-, preside desde principios de siglo la Real Academia de Farmacia.     Después del último después en primavera, me he sentado con él, cara a cara, en el antiguo Estamento de Próceres (entiéndase Senado) y, allí hemos compartido mesa y viandas regados con vino de la Ribera del Duero. Una charla suculenta en la mitad de este verano impenitente de Madrid. Me regala “Palabras de todo y nada”, un libro que recopila sus inquietudes literarias y poéticas, saciadas en aguas de Quevedo, Neruda, Machado, León Felipe, Miguel Hernández y José Hierro y editado por AEFLA, la Asociación Española de Farmacéuticos Escritores y Artistas, otra de las múltiples asociaciones que ha creado y dirige. Un lujo.    De este ingeniero social, de este hombre de principios, de este honrado ciudadano a quien conozco desde hace más de cinco lustros, siguen sorprendiéndome su bonhomía, su lealtad a las causas nobles  –y a veces perdidas como UCD- su amistad  y su avariciosa pasión por la libertad.  Tiró del carro regional  desde el Consejo General cuando Castilla y León agonizaban; se dejó la piel en integrar a Cantabria y Rioja mientras sus propios compañeros centristas le declararon persona ‘non grata’ y  se enfrentó simultáneamente  a Martín Villa y a Modesto Fraile por resistirse casi numantinamente a que León y Segovia fueran por libre. Las once provincias se quedaron en nueve.  Y aquí estamos.    Próximo y fiel al pensamiento tolerante y progresista de Adolfo Suárez, Reol Tejada representa a la perfección a esa especie de políticos de la Transición –no fueron pocos- que se ‘vaciaron y quemaron’ en asentar la democracia y las libertades que hoy disfrutamos. Treinta años después son los grandes olvidados de nuestra tierra y por nuestra gente.  Ni tienen estatus protocolario, ni han sido adscritos a consejos asesores para que ofrezcan su sabiduría y experiencia al Ejecutivo y ni siquiera la Junta ltiene la consideración de enviarles una invitación  cada  23 de abril. La política -siempre la política-  pone su miseria por medio.        En unas horas  -después del último después- hemos mirado atrás sin iras ni nostalgias. ¡Cómo y cuánto se ha ensanchado esta tierra nuestra, fronteriza con Galicia, Asturias, Cantabria, País Vasco, Rioja, Aragón, Extremadura, Castilla-La Mancha y Madrid.   Releo algunos de sus versos de juventud con delectación. “Hay aguas que no pasan/ por los mismos caminos”…  Dice Juan Manuel que viene de muy lejos, que viene de sí mismo, con tristura, “y hay un hueco en la noche/ un hueco entre la vida/ …. y otro hueco sin fondo/ solo lleno de amor”.     Palabras de todo y nada, reflexiones escritas sobre el tiempo  por un hombre de fe. Y aún enamorado. Enamorado de la vida. Después del último después he comprendido definitivamente que Juan Manuel Reol Tejada –un roble burgalés trasplantado a  Madrid como si le faltara la penúltima curva del camino-, el investigador marcado por la ética, el científico que cree en el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob,  merece un reconocimiento público. Y político. No voy a pedir para él que se suba  a la grupa de un caballo durante el próximo siglo pero sí, que al menos, el Gobierno Regional o las Cortes le otorguen la Medalla de Oro de la Comunidad Autónoma.     Propongo con humildad, -y bien sé que el silencio oficial será sonoro-, que se cree una Cátedra  y una Fundación con su nombre en cualquiera de nuestros campus universitarios para estudiar el presente,  recuperar y no olvidar el pasado y adelantarnos juntos al futuro. Honraríamos a un castellano otoñal, digno heredero del legado comunero. Y nos homenajearíamos de paso a nosotros mismos.  Sí, sentimos en nuestra tierra  que ‘nadie es más que nadie’ pero hay que hacer justicia con los pioneros que abrieron los caminos de la autonomía, desde la lealtad a la Carta Magna del 77, en  todas direcciones. El joven e impetuoso Juan Manuel Reol Tejada (Burgos, agosto, 26, 1933) –“he querido ser siempre tan sólo un hombre libre- fue, después del último después, el primero  en ostentar el título de ciudadano castellano  y leonés. Felicidades.

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