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Bahía de Ítaca

los vecinos de la vega baja (I) antonio regalado

   La serpiente de verano ha llegado río abajo hasta cinchar la ciudad por donde más le duele: la Vega Baja. Allí, el espíritu de Roderico (conocido como don Rodrigo) ha vuelvo a cabalgar sobre el nuevo becerro de oro de nuestro tiempo, el ladrillo. Todo transcurría plácidamente. Los cooperativistas esperaban contando hacia atrás la entrada en sus nuevos hogares; el ayuntamiento tendía puentes para desmadejar la última curva del Tajo y los empresarios habían tomado posiciones para dar trabajo y hacer negocio en paralelo.  Allá donde el agua se remansa, la silueta de una ciudad dibujada sobre el este del horizonte aventuraba casas de ensueño. Y a tiro de piedra, la  universidad. Y El Corte Inglés.  La antesala del paraíso  al oeste del Edén.
    Y, de repente, el presidente  J.M. Barreda pasa por la túrmix de La Moncloa y desvela  -tiene más información- que hay que salvar el patrimonio histórico de los visigodos, nuestro primer yacimiento monárquico.     Pero ¿quiénes eran los vecinos de estas polémicas parcelas que comenzó a levantar en el 576 Leovigildo?     El pueblo que vino del norte, los godos, tiene su origen en Escandinavia aunque se desplazaron en el siglo III hacia Dacia y Tracia, a orillas del Mar Negro, en la zona de Crimea, confín  del Imperio Romano. La ferocidad de los hunos los empujó hacia territorio romano, desgajándose en visigodos –los godos del oeste- y ostrogodos –godos del reino este-.  Ya en el 378, derrotan al emperador Valente en Adrianápolis, quien les abre las puertas al saqueo de Roma con la proclamación de Odoacro como rey de Italia, tras deponer al último emperador romano, Rómulo Augusto.     Las migraciones visigodas preceden a la de los suevos, vándalos y alanos. Con pactos o por la fuerza, llegan a las Galias. Los francos de Clodoveo les hacen frente y esa es la causa de que penetren en Hispania. Solos o ‘federados’ con los hispano-romanos  se establecieron primero en la provincia Tarraconense, prosperaron en Barcino y dos siglos después, tras arrinconar a los suevos (Galicia-Portugal) y vándalos (Vandalucía) se establecen en la Vega Baja.    Alarico, Ataúlfo, Teodorico I y II, Atanagildo y  Liuva I  -todos arrianos de Tolosa – dan paso al reino de Toledo, (Leovigildo 576-587)  hasta el gran cambio: la conversión de Recaredo al catolicismo. Las revueltas de los bizantinos, por resistirse a abjurar del arrianismo tiñeron de sangre media España. Se intentaron sofocar con la convocatoria del III Concilio de Toledo en el 589. En este cónclave, el rey y los obispos renunciaron  pública y colectivamente al arrianismo,  seguidores del obispo Arrio, en Alejandría, quien defendía la creencia, muy extendida por oriente,  de que Jesucristo no era divino, sino alguien creado por Dios para apoyar su plan. Ya en el 325, Constantino convoca el concilio de Nicea para condenar esta desviación y se proclama el dogma de la Santísima Trinidad. Y, aquí, casi 250 años después, en la ciudad Imperial se vuelve a la ortodoxia católico-romana.     La cristianización toma carta de naturaleza en nuestra tierra y germina apoyándose en las clases altas que van, poco a poco, sembrando de obispos y clérigos toda la piel de toro. La España visigótica inicia un periodo de esplendor paralelo al sometimiento de los judíos a quienes durante los estrictos reinados  de Sisebuto y Égica, confiscan  propiedades y se les acusa  de conspirar contra la corona.

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