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Bahía de Ítaca

los vecinos visigodos (II) / antonio regalado

     La lista de los reyes godos es demasiado alargada para que quepa en un artículo. Baste recordar –si no lo aprendieron en el bachillerato- que el reino católico de Toledo fue gobernado por hombres como Liuva II –sucesor e hijo de Recaredo, Gundemaro, -un nombre propio de gentes de La Mancha todavía- Suintila, Sisenando, Chintila, Chidesvinto, Recenvisto, Wamba, Witiza y don Rodrigo
Más allá de los nombres, con sus traiciones y usurpadores, los visigodos, construyeron, en el convulso siglo VI  la primera monarquía española.    Hoy, podemos constatar que de los pueblos germánicos mientras agonizaba la República y el Imperio, crearon todas las monarquías de Europa. Las más de las veces por el asesinato como método.     
La invasión de los bárbaros (‘extranjeros’) dejaron malherido al Imperio Romano. Los visigodos gobernaron España tres siglos (414-711). En el camino,  Wallia, destrozó  a los alanos y  Teodoredo ganó la batalla de los Campos Cataláunicos al  feroz Atila, rey de los hunos.   Durante el oscuro siglo VII los visigodos –escriben también las primeras páginas gloriosas del futuro reino de Aragón y de Navarra-  los visigodos trasladan a Hispania la forma de gobierno propia, la monarquía electiva, basada en la aristocracia.  Los jefes militares ejercían de jueces. Y la máxima autoridad era el obispo.
Paralelamente a la construcción del reino de Toledo,  los santos Leandro e Isidoro, trasterrados de la provincia cartaginesa y con seguridad de madre arriana, nacida en Cartagena,  terminaron de metropolitanos católicos en Sevilla.   La adaptación al catolicismo oficial recaderiano era la mejor forma de sobrevivir en las capas medias y nobles de la época. Los hermanos San Leandro y San Isidoro contribuyeron sobremanera a moderar las diferencias entre arrianismo y catolicismo. Es Leandro quien toma juramento de fe al propio Recaredo. Pero dejemos la historia.      
Los casamientos de hijos e hijas sirven para pacificar fronteras, ora con romanos, ora con francos en la Galia, ora con vándalos en el sur, ora con la nobleza senatorial hispano-romana. La mujer juega un papel decisivo en apoyo del guerrero. Los visigodos son más bien un pueblo seminómada, no muy guerrero. La lanza de dos a tres metros era el arma preferida del jinete mientras que el soldado de a pié se defendía con arco en la distancia o con hacha o espada en el cuerpo a cuerpo. Se parapetaban con carros para saltar sobre el enemigo por sorpresa. Su forma de combatir en falanges y atacando los flancos, como siglos después hiciera Napoleón, confirma que la táctica primaba sobre la estrategia.    
No obstante, las sucesiones son casi siempre traumáticas aunque para los visigodos el reino era patrimonio del pueblo, no personal que pudiera dividirse a la muerte de su ‘dux’. Los concilios y las coronaciones se hacen habituales en la Iglesia toledana de San Pedro y San Pablo, lugar donde se levanta hoy la catedral de Santa María.    
Aunque, prácticamente todos los reyes godos pasaron la vida defendiendo fronteras, por lo que se refiere  a los del reino de Toledo, destacamos a Wamba como autor de la primera ley que imponía el servicio militar a todos los súbditos; es el momento de convertir a la nobleza visigoda en terrateniente y el ‘estamento llano’  -los pobres- se ocupan de la agricultura.  Como ven estamos en los amaneceres  del feudalismo. La Iglesia tiene tanta influencia que Toledo se convierte en el centro del poder espiritual y material, un poder que llega hasta nuestros días donde nunca desde  aquel entonces dejó de ejercer su prevalencia religiosa  desde la Archidiócesis Primada.

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