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Bahía de Ítaca

oro, incienso... y mirra /antonio regalado

«Habiendo nacido Jesús en Belén, durante el reinado de Herodes, vinieron unos magos de Oriente guiados por una estrella... Hallaron al niño con María, su madre; se postraron para adorarlo y, abriendo sus cofres le ofrecieron oro, incienso y mirra».
Sí, todos sabemos qué es el oro. Ese noble metal que acostumbramos a relacionar con la riqueza y el poder. De ahí que al Hijo de Dios se le conozca como el Rey de Reyes. Y también conocemos el incienso, esa resina olorosa que se quema en ceremonias religiosas. Pero se han preguntado ¿qué es la mirra? Pues un arbusto que crece en Somalia, Abisinia, Nubia y Arabia. Para obtener la mirra pura se realizan incisiones en la corteza de la planta y de estas heridas fluye en forma de lágrima una sustancia rojiza, traslúcida y brillante. En la antigüedad era considerada como un material precioso y usada en inciensos, perfumes, ungüentos y medicinas. La mirra servía para hacer ofrendas en cultos, sacrificios y embalsamamientos. La mirra simbolizaría así la sangre y el dolor del hombre convirtiéndose en bálsamo para el género humano.
¿No es Jesús, precisamente, bálsamo para los creyentes? La mirra capta, además, directamente la energía del sol; por eso, ayuda a rejuvenecer la piel y sana las heridas; el aceite esencial de mirra es de naturaleza calentadora y secante, prolonga la vida, es útil en catarros, reumas, ronqueras, cura las úlceras, quita la alitosis, alivia las hemorroides, corrige los gases y abre el apetito. Los egipcios la usaban en sus rituales de adoración al sol. Por cierto, las mujeres no deben utilizarla durante el embarazo.
Cuenta la leyenda que en una hornacina que se venera en la iglesia parroquial de Ledesma (Salamanca) contiene los restos de los tres Reyes Magos. Un guia despistado me llevó ante otra urna en la catedral de Colonia, asegurando que lo mismo. La leyenda de los Reyes de Oriente es tan universal como las culturas. Bien puede ser verdad y no haber sucedido. En todo caso, desde el siglo IX, siguiendo el texto del venerable Beda, recogido por la tradición oral, y que ha perdurado hasta ahora, Melchor, anciano de barba blanca, ofreció el oro, como rey; Gaspar, joven y rubio, rasurado, incienso, como a Dios; y, Baltasar, negro y con barba, mirra, como a hombre. ¡Que hermosos es, en el alba de cada año, seguir creyendo en los sueños¡

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